
La
resistencia al choque mecánico es, por regla general,
inversa a la dureza de la piedra. Es decir, cuanto más elevada sea la dureza de una gema más frágil será al choque. Un
diamante pues será
relativamente frágil al choque pero el diamante posee también una elasticidad muy fuerte que hace que rebote como una pelota cuando impacta sobre una superficie dura. Un único choque que es insuficiente para quebrar una gema, puede provocarla si se repite. Un cristal de roca que choca contra un diamante sufrirá a menudo menos daños que el diamante. Los
tratamientos térmicos utilizados para
mejorar el color de las gemas
las debilitan, modificando su estructura interna. Una gema que posea un plano de crucero perfecto podrá romperse fácilmente según esta dirección después del choque de una lámina. Por ejemplo, para el diamante utilizamos este método para separar en dos partes el diamante en bruto, llamamos esta operación exfoliación. Un tronco se hendirá mejor siempre en el sentido de la veta de la madera que perpendicularmente a ella. En el diamante ocurre lo mismo, será más fácil dividir un diamante en dos partes si se golpea en el sentido de su plano de crucero o exfoliación.